Son múltiples las experiencias y acontecimientos vitales de una persona, como también innumerables las vivencias que debe procesar e interpretar en tan vasto espectro estimulante con sus procesos internos de aprendizaje y adaptación que, indudablemente, la forma en cómo nos integremos al mundo dependerá del despliegue de mecanismos para desarrollar la existencia según condiciones y estados internos propios, y retroalimentarlos en base a elementos ambientales. De este modo, los seres humanos buscamos el bienestar, la estabilidad y el placer, alejándonos de todo lo que nos pudiese causar daño o generar inseguridad. Sin embargo, la contingencia pandémica ha evidenciado un escenario humano que nos ha impactado, y que nos ha permitido abrir los ojos ante un sistema diseñado con permanentes cambios y el que también nos va modificando internamente en el tiempo.
Al parecer el COVID-19 ha transformado nuestras vidas para siempre. En los últimos seis meses en la experiencia clínica, basada en las vivencias de confinamiento y cuarentena, se ha observado que las personas están experimentando cotidianamente repentinos cuadros de estrés, ansiedad y angustia, en diversos niveles, grados y frecuencias, incluyendo algunos irreales producto de la sugestión. Estos síntomas corresponden a un estado de alerta máxima que genera una serie de modificaciones psicofísicas, como por ejemplo tensión muscular, taquicardia, pensamientos con connotaciones negativas o desánimo, cuya finalidad es permitir afrontar situaciones de alta demanda de manera asertiva y eficiente. También se ha detectado un aumento en el consumo de alcohol y de drogas lícitas e ilícitas, además de ausentismo y deserción laboral, conflictos interpersonales y dificultades en la autodisciplina.
Claramente el contexto actual advierte un impacto en la salud mental y el bienestar psicosocial, y no sólo de modo inmediato sino también con efectos y resabios aún después de superadas las etapas de emergencia sanitaria. Los cambios son drásticos desde múltiples aristas: estar con los más cercanos muchas veces sólo de forma remota, el espacio público controlado y el espacio privado saturado, dinámicas superpuestas entre lo individual y lo social, visualizar y vivir la incertidumbre en general sin poder programar o planificar en lo más mínimo, etc.. Esto afecta sobre la salud con variados cuadros psicológicos que se pueden producir, como irritabilidad, frustración, culpa, impotencia, soledad, nerviosismo, tristeza, preocupación, desesperanza, y descontento o desmotivación generalizada. Cabe enfatizar que el aislamiento social y la movilidad restringida, además de la presión obligatoria a permanecer confinado y el estrés que provoca la percepción de que un virus “deambula” en cualquier lugar, denotan un efecto desmoralizador y de desamparo pudiendo configurar un estado de duelo.
Respecto a lo percibido en los patrones de conducta de grupos determinados de personas en relación al cumplimiento de normas o procedimientos, es interesante contemplar acciones y reacciones disímiles:
a) Las que cumplen las normas severa y rigurosamente por voluntad al verse en una condición de vulnerabilidad.
b) Las que cumplen las normas por formalidad.
c) Las que, conociendo los riesgos, muestran despreocupación y escasa disposición para modificar sus hábitos.
d) Las que, aunque perciban el riesgo directamente, muestran absoluto desinterés por las consecuencias de su actuar.
Las personas, al sentir comprometida su integridad, tienden inherentemente hacia la sobrevivencia articulando métodos de acondicionamiento y ajustes que le permitan un retorno al equilibrio. Inicialmente la resiliencia se aplicó en el campo de la metalurgia para definir la capacidad de algunos metales de resistir golpes y recobrar su forma original luego de ser sometidos a deformadoras presiones. Este concepto define la vida misma ya que el sólo hecho de nacer y desarrollarse, nos lleva constantemente a situaciones que tenemos que afrontar y superar, independiente de la adversidad, pero sin importar que, una vez superada dicha adversidad, podamos resurgir transformados y fortalecidos. En otros términos, como la siguiente metáfora lo expresa: “el proceso resiliente es parecido a la creación de una perla dentro de una ostra, o sea, cuando un granito de arena entra a una ostra y la agrede, ésta segregará nácar para defenderse y como resultado desarrollará una joya brillante y preciosa”.
Tanto la experiencia científica como la literatura han efectuado amplias compilaciones multidisciplinarias que posibilitan intervenciones más precisas según la naturaleza propia de la persona. Desde la psicoeducación es fundamental estimular el diálogo y otorgar explicaciones racionales y claras; intervenciones en crisis y primeros auxilios psicológicos; terapias psicológicas de enfoques cognitivo-conductuales, sistémicos, psicoanalíticos, hipnóticos, de tipo colectivas o grupales, terapia ocupacional, o socioterapia. Desde posturas psico-ambientales o ecologistas existen la hidroterapia y climatoterapia. Desde otros enfoques biomédicos se encuentran la electroestimulación, la fisioterapia, y el biofeedback, entre otras interminables técnicas y estrategias.
Cabe enfatizar que nuestras acciones fisiológicas no son una enfermedad sino una respuesta adaptativa natural, lo cual sugiere que el ser humano construye formas anómalas de cómo experimentar la vida y adjudicarle sentido. La restauración social, tras el COVID-19, sólo puede surgir desde un proceso psicosocial y comunitario, donde la base estructural de la mutación social sean la convivencia, la cooperación y la solidaridad. Es esencial reconstruir el sentido de infortunio y desgracia otorgado por la contingencia del coronavirus, y para ello debemos realzar los pensamientos positivos de crecimiento integral, y considerar que las instancias de inquietud, de ansiedad o rabia serán sólo pasajeras, que incrementará nuestra apreciación y valor de la vida, que siempre habrán nuevas posibilidades y motivaciones para emerger, y que se fortalecerán los caminos individuales y relacionales en función de una mejor calidad de vida y salud mental de todos nosotros.
Artículo escrito por Mavros Georgudis Jiménez, Psicólogo Clínico Centro Avanzar.
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